A LAS LETRAS
Crepúsculo que traes
los ecos escuchados y queridos,
las voces más amables
alojadas de siempre aquí en mi espíritu,
que no sabía qué eran
y ya me hacían adentro sonreír,
y me hacían decir
palabras que no eran ni decían,
aunque todos reían
mirando como daba ese gran paso
entre solo llorar para pedir,
y mirar a los lados
y a lo alto...
Las mejores palabras y la voz
las oí cuando yo no comprendía,
dentro mío los ecos permanecen,
las miradas bruñidas de mi madre,
los silencios del padre,
que leía y a veces se dormía
muy cansado en una mecedora,
que antes fue
de mi abuelo,
de su padre,
y obviamente conservo,
siento en ella el trasero por las tardes...
Las mejores palabras las oí
recitadas por mí ya siendo noche,
provenían de libros heredados
con sus lomos cafés, negros, dorados,
tenían a sus padres en la tapa
con fotos no muy buenas de solapa,
en mayúsculas letras con su origen
diciendo de dónde eran,
cómo fue que se hicieron, cuándo fue,
y si fueron felices...
Esas voces de guías estelares
me trajeron acá de día en día,
y puedo asegurar que yo escuché
cada letra pequeña, cada pausa,
uncidas en sus líneas moldeadas
se oían a pesar de estar atadas
a ese grave silencio de la hoja,
que respeto y escucho
como ayer,
qué sagrado ese estruendo del papel
donde tantas historias me contaron,
de qué se hacía el mundo,
y el afuera,
que yo solo soñaba me tocara,
algún día de abril, o en una guerra,
o en una madriguera de cristal
frotándome con sal
mi herida nueva...
Las letras se quedaron en mis manos,
al borde de mis ojos y en mi piel,
las creo, las regalo, las recibo,
las dono entre cabales armisticios
con otros que comprenden a placer
el poder que ellas tienen desde siempre,
me colman el espíritu
dócilmente,
y atarean sin pausa mi trabajo,
las mezclo, las otorgo, las regalo,
con ellas creo mundos y los nutro
de miradas que asisten y me dicen,
no ceses de contarnos escribano,
qué pasa por tus mundos cada día,
yo solo del contrato que me tienen
devuelvo lo somero
en esta hoja,
obediente y humano para atar
la tinta
con sus ecos
de cristal...
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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