viernes, 4 de agosto de 2017

LOS DÍAS QUE NO PASAN, SI LOS LLEVO CONMIGO / Poesía de José Ignacio Restrepo


EVANGELIO AMIGO


Tengo la voz perennemente 
en los ojos de quienes me leen repartida,
perennemente gozosa de darse 
contra almas y paredes, 
en asonadas propias, ajenas y sin miedo
que no parecen morir de tedios inconclusos,
no de esperas maltrechas, 
ni de troncos parados 
como muros que semejan silencios...
tengo una varada senectud 
por pasarme las horas y los días 
alebrestando inquinas en mis ojos 
para ir a vencer la guerra ajena 
de acostarse a esperar lo inesperado 
en vez de irlo a buscar, 
luego de ayer saber que sin miserias aguarda por nosotros 
como ángel enfermo pero bello 
que ora ciego y mudo 
al lado de esas gárgolas de piedra 
en edificios altos, variopintos, 
que dicen poseer al que descree 
y solo tiene gente desgastada 
por terminar nombrándose creídos...
tengo sobre la piel miles de dedos que me tocan,
 tal vez millones si cuento los cortados 
tactos de alas informes, vuelos mustios, 
por adherirse ayer a mis palabras 
para ver que decía en mi silencio...
convertidos en bellos querubines aquellos que azarados me leían, 
vuelan hoy sin saber cómo lo hicieron...
canas tiene la fe, 
el murmullo de todos los que pactan 
con estas voces mías devenires, 
abre nubes que grises tapan todo incluso sus hermosos corazones, 
no saben qué pasó y me lo preguntan...
¡si son ustedes mismos, mis conserjes! 
su premura de ver, 
ha quitado de iris obcecados 
la tenue pero dura superficie 
que no dejaba hacer bien el trabajo...
y de los cardos atados a la fe que brotaban de bellos corazones, 
el mismísimo acto de leer les devolvió sin más todas las ansias 
por poner la conciencia y la virtud en todas las palabras...
ellas, 
que de gratis a diario nos visitan 
para poner en orden todo ésto, 
la casa, el balcón, las urnas todas 
donde guardé su amor y sus guirnaldas, 
soñando en su pasión desguarnecido, 
otra vez regresado y forajido, 
llenando su lugar, como el de ustedes, 
en mi piel, en mis pálidas baldosas, 
y las blancas paredes...
el ladrido fecundo de mis perros
que sabe que yo iré cuando me llaman, 
es igual a todos vuestros ecos, 
amorosos y tenues 
viviendo de mis yemas viejas, lisas,
atados y corriendo ya sin miedo
adelante a mi voz o atrás de ella,
consonantes conmigo, 
como liebres...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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